Íñigo Cortés * Mi historia

 (Velázquez)


(Murillo)
Nací en Pylaia, una zona de Argos cercana a Kushistán, por lo que no era extraño ver morenos herejes de vez en cuando o personas que en otros lugares de Argos habrían sido tachadas de sospechosas.
Mi madre era Carmen, una meretriz de un burdel más. Cuando le preguntaba sobre mi padre, me contestaba alzando los hombros: "¿Cómo quieres que lo sepa?" 

Mi escuela fueron las calles y mis maestros los ladronzuelos y delincuentes de los barrios pobres. Era una época dura pero divertida. Me gustaba llegar temprano a casa, sobre las tres de la madrugada, para recibir a mi madre que llegaba del trabajo y que siempre me dedicaba una sonrisa. Hasta que un día no llegó, ni al siguiente, ni al siguiente. A veces pasaba algunas noches fuera de casa, pero una semana me pareció demasiado. En el burdel no sabían nada, había salido como siempre. Busqué tres días y tres noches por las calles, hasta que di con ella bajo la luna llena.

Su cuerpo parecía madera vieja, carcomido por cuervos y rapaces, al pie del desagüe de la ciudad. Pero aún se distinguían algunos de sus rasgos y, a través de la sangre reseca, un trazo del color de su vestido. Mi rabia y desconsuelo no interesó ni a los que consideraba mis amigos. A nadie le importaba el destino de una puta.
Desde entonces cambié de ciudad continuamente, buscando un no sé qué que aún no he encontrado, pero que sé reconoceré en cuanto lo tenga frente a mí.

Mis habilidades con el robo aumentaron y aumentaron, así como con las mujeres, y mi facilidad para sacar compañeros de debajo de las piedras. Hubo algunos que realmente consideré como a hermanos, y sé que para ellos yo también lo fui.
Luego llegó Carmen, mi otra Carmen.
El Tarot y el baile eran su especialidad. La primera vez que nos vimos, la convencí para que me echara las cartas gratis. Cuando las dispuso sobre la mesa, quedó muda y como sin aliento, se colocó un mechón de una manera tímida e infantil y me echó a gritos de la tienda. Los días siguientes estuvo evitándome, pero como buen mozo, a más que me rehúyen, más me intereso, y la seguí a todas partes hasta que accedió a quedar conmigo.

Recordando esa época siempre se me escapa una sonrisa. Me tatué su nombre en el hombro derecho, o quizá fue el de mi madre, no sé si en algún momento lo supe. Creo que a las otras mujeres el tatuaje les resultaba misterioso y atractivo. Quizá se preguntaban quién sería ella, y qué hacía yo acostándome con otra. Y a pesar de todo, comencé a creer que con Carmen podía sentirme en casa. Pero al poco tiempo se la llevó un fatal brote de peste,y aunque estuve junto a ella en los últimos días, no conseguí contagiarme. Los designios de Dios son inescrutables, y ya casi he olvidado la cantidad de blasfemias que salieron de mi boca en aquel entonces.

De nuevo a otro lugar, intentando dar con una vida a la que agarrarme. Consiguiendo lo mismo de siempre, joyas, encuentros fortuitos con hermosas damas y problemas con la justicia. He estado un par de veces en la cárcel, y ambas creí morir, pero de nuevo la fortuna o el destino me sacaron ileso.

Hasta que la muerte de verdad pareció alzarse sobre mí, tras el robo de un enorme zafiro de una noble y respetada familia. O quizá no tan respetada, porque el zafiro estaba engarzado en el cinturón de la señora de la casa, y la noble dama no opuso mucha resistencia a mis triquiñuelas. El señor de la casa montó en cólera al día siguiente, pero sé que no era el zafiro lo que más le dolía. Carteles con mi cara adornaron la ciudad, y la guardia comenzó a ser realmente persistente conmigo. Mis compañeros me aconsejaron que desapareciese por una larga temporada, y me pareció buena idea, como las vacaciones que nunca había tenido. Terminé en un muelle, listo para salir de Argos, quizá para no volver, dejando atrás tanta gente y tantos recuerdos,,, que no me retendrían nunca más. ¿Quién puede atrapar al viento? Mares, islas y confines del mundo... ¡esperadme!

Desde entonces, he viajado en varios navíos, y he aprendido muy rápido a tratar con ese animal sediento y perezoso que es un barco. Cuando me encaramo al palo mayor y el aire me golpea hinchando mis pulmones, realmente siento que mi lugar es no tener un sitio al que pertenecer. Llegaré... ¡tan lejos como el viento me lleve!

¡Lo que echo de menos es la música de mi tierra y la gracia de sus mujeres!

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