sábado, 27 de agosto de 2011

El observador, I

- Capitán, la mujer está dando golpes a la puerta de su camarote. Dice que necesita ir al cuarto de baño. 

- … ¿Ah, sí? Que utilice la palangana debajo de la cama.

- Eh… pe-pero ella… Bueno, dice que no sabe por qué la hemos encerrado, ha empezado a gritar que va a tirar el oro al mar, que nos va a demandar... –el chico vio por el gesto del otro que no le haría cambiar de opinión- Sin embargo, si me amenazáis con no intervenir, yo ya no tendría responsabilidad legal.

- Bien, chico, puedes considerarte amenazado. –Nath suspiró- Pero dime, quiero saber tu opinión, ¿por qué debería la señorita Nadia estar libre en la nave?

- ¿Qué por qué…? – Julien vio franqueza en los ojos del capitán. Quizá, por primera vez, no le parecieron amenazadores. Se recordó que no debía tener miedo, pues su abuelo hundiría la vida al capitán y al patrón si él sufría algún daño. Y esos dos no parecían ser de mente tan simple como los demás.- Porque no ha hecho nada malo. Encerrarla así es descortés y desconsiderado; puede acarrearle serios problemas con su familia, si de verdad es influyente. En consecuencia, sería un problema para la solvencia de su actual trabajo y para su reputación. Yo no le contrataría. Si trata a sus clientes como a chusma, sólo la chusma requerirá sus servicios. - Esperó que realmente el capitán entendiera la diferencia entre un tipo de personas y otro.

- Hum.

Por un momento, Julien temió la reacción del capitán.

- ¡Jajajajaja! –el hombre rió con ganas y sin ninguna muestra de enfado, para alivio del grumete.- Siempre debería oírse a los que ostentan menos poder. Recuerda ésto ahora que eres grumete, en un futuro te será de utilidad.

Y, diciendo ésto, Nath caminó hacia los camarotes de la segunda planta.


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